“Las Doce Mazorcas” estaba como de costumbre ese día.
Madelaine, que había salido a dar un paseo por la plantación, observó, de
lejos, como se acercaba el carro, que hacía unos días, había llevado a sus
hijos a Atlanta para recoger a Franzesca. Camille, que se encontraba cerca en
aquel momento, recibió órdenes de hacerle saber a Richard que su sobrina ya
había llegado. Franzesca pudo conocer a sus tíos aquella tarde. Después de la
cena, entregó a sus tíos los presentes que había comprado el día anterior en la
ciudad. El regalo de Madelaine era un bonito pañuelo de seda con motivos
marinos y a Richard le correspondió, nada menos que una pipa de madera de roble
decorada con motivos de nogal en su boquilla. Tras darle las gracias, Madelaine
comunicó a su familia que había invitado a Stuart Malone a cenar, para que
conociera a la joven Franzesca. No había terminado de dar lo noticia cuando
apareció éste lo acompañaba el ama de llaves.
- Buenas noches a todos – saludó Stuart cordialmente.
- Buenas noches Stuart – contestó Madelaine – no te quedes
ahí. Ésta es Franzesca Farnetti, mi sobrina.
Después de la cena, todos pasaron a la sala de estar y
conversaron hasta la medianoche. Entonces, cada uno se fue a su aposento.
Madelaine subió a su amplio dormitorio colonial. Entró en el vestidor de caoba
todo forrado de espejos y se quito el cómodo vestido color champagne, la
gargantilla de perlas y los pendientes
con forma de lagrima que Richard le regalo por su décimo aniversario. Entonces,
se contempló desnuda ante el espejo. Observó la suavidad de su piel que con las
ondulaciones de la luz que procedía del candelabro de cristal tallado con forma
de pavo real, sombreaba su cuerpo dándole una forma irreal. La tenue luz
acentuaba las curvas de su cuerpo. Su pecho abundante, firme y blanco como dos
cántaros de leche fresca, era moldeado por el contraste de las luces y las
sombras. Pero ella se veía vieja, fea y poco seductora, así que rápidamente se
cubrió con su tenue camisón color hueso, se coloco la amplia bata de terciopelo
rojo que compró en Charleston durante una visita que realizó a su tía Peppermin
Templeton, y se dirigió a su tocador.
Allí, se soltó el moño alto que se había recogido para la ocasión y su larga melena rubia cayó en cascada por su torneada espalda. Entonces, cogió el pesado peine de plata engarzado en oro y se peinó. Mientras se peinaba, paseó la vista por la estancia. Observó la cómoda de nogal de estilo rococó, regalo de su tía Micaela Flaherty, de Sabana, encima de esta cómoda se encontraba el único regalo que había recibido de su familia, se trataba de un pequeño joyero con sus iniciales bordadas. Entonces, se detuvo en el retrato de Richard y ella. Era un retrato de cuerpo entero, que se habían tomado en las colinas de Watership, durante el 32 cumpleaños de Madelaine. Ella llevaba un suelto vestido blanco y una pamela en la mano, lucía un gran broche en forma de magnolia en el pecho y la larga melena rubia suelta sobre los hombros. Él vestía un traje de lino oscuro, con una camisa blanca almidonada, llevaba una rosa en el ojal. Ambos estaban fundidos en un abrazo. Ella lo miraba como tantas veces lo había hecho, mientras que él miraba al frente, con una mirada fría y distante.
Madelaine observó la foto en la penumbra, y se preguntó que es lo qué había cambiado en su matrimonio, cómo habían llegado a esta situación y porqué. Sintió que algo se rompía en su interior, su respiración se volvió lenta y fatigosa, sentía una gran presión sobre su pecho. Pensó en Titán, en la tarde que se conocieron, en su suave piel de ébano, cálida como la fruta madura, en sus ojos dulces y tiernos como la brisa de primavera. Pero también se acordó de su marido.
Recordó aquella noche en la plantación de su padre, como ella le había entregado su más valiosa posesión, además de su apellido y el amor de sus padres, se lo había entregado todo. Durante los primeros años, fueron muy felices. Trabajaban de sol a sol para que la plantación, al principio pequeña, creciera y se convirtiera en lo que era hoy en día. La vida transcurría tranquila en aquellos años, a los pocos meses nació el pequeño Patrick. Era una criatura adorable, pequeña y arrugada como una pasa, pero con los mismos ojos vivos y verdes que tenía ahora. Pasaron los años y la plantación iba creciendo y con ella creció la familia Kendal, a los dos años nació Suellen. Su padre estaba loco de alegría, desde el momento en que la vio se enamoró de ella. La mimaba con toda clase de regalos y caprichos. Tanto la quería que contrató a Camille, para que se ocupara de ella y de Patrick. Y, entonces, comenzó el estropicio. Su marido se fue apartando cada vez más de ella, y se iba acercando mas a la criada. Sí eso era lo que había pasado, ella no tenía instinto maternal, nunca lo tuvo, quería a sus hijos pero no los amaba. Richard siempre había amado a sus hijos y siempre le reprochaba que nunca se ocupaba de ellos lo suficiente. “Hasta una gata tiene mas instinto maternal que tú” le había llegado a decir en alguna discusión exacerbada. Por eso la había abandonado. Esta realidad la golpeó en la cara y rompió a llorar. Soltó el peine y corrió a la cama. Allí se quedó dormida.
Allí, se soltó el moño alto que se había recogido para la ocasión y su larga melena rubia cayó en cascada por su torneada espalda. Entonces, cogió el pesado peine de plata engarzado en oro y se peinó. Mientras se peinaba, paseó la vista por la estancia. Observó la cómoda de nogal de estilo rococó, regalo de su tía Micaela Flaherty, de Sabana, encima de esta cómoda se encontraba el único regalo que había recibido de su familia, se trataba de un pequeño joyero con sus iniciales bordadas. Entonces, se detuvo en el retrato de Richard y ella. Era un retrato de cuerpo entero, que se habían tomado en las colinas de Watership, durante el 32 cumpleaños de Madelaine. Ella llevaba un suelto vestido blanco y una pamela en la mano, lucía un gran broche en forma de magnolia en el pecho y la larga melena rubia suelta sobre los hombros. Él vestía un traje de lino oscuro, con una camisa blanca almidonada, llevaba una rosa en el ojal. Ambos estaban fundidos en un abrazo. Ella lo miraba como tantas veces lo había hecho, mientras que él miraba al frente, con una mirada fría y distante.
Madelaine observó la foto en la penumbra, y se preguntó que es lo qué había cambiado en su matrimonio, cómo habían llegado a esta situación y porqué. Sintió que algo se rompía en su interior, su respiración se volvió lenta y fatigosa, sentía una gran presión sobre su pecho. Pensó en Titán, en la tarde que se conocieron, en su suave piel de ébano, cálida como la fruta madura, en sus ojos dulces y tiernos como la brisa de primavera. Pero también se acordó de su marido.
Recordó aquella noche en la plantación de su padre, como ella le había entregado su más valiosa posesión, además de su apellido y el amor de sus padres, se lo había entregado todo. Durante los primeros años, fueron muy felices. Trabajaban de sol a sol para que la plantación, al principio pequeña, creciera y se convirtiera en lo que era hoy en día. La vida transcurría tranquila en aquellos años, a los pocos meses nació el pequeño Patrick. Era una criatura adorable, pequeña y arrugada como una pasa, pero con los mismos ojos vivos y verdes que tenía ahora. Pasaron los años y la plantación iba creciendo y con ella creció la familia Kendal, a los dos años nació Suellen. Su padre estaba loco de alegría, desde el momento en que la vio se enamoró de ella. La mimaba con toda clase de regalos y caprichos. Tanto la quería que contrató a Camille, para que se ocupara de ella y de Patrick. Y, entonces, comenzó el estropicio. Su marido se fue apartando cada vez más de ella, y se iba acercando mas a la criada. Sí eso era lo que había pasado, ella no tenía instinto maternal, nunca lo tuvo, quería a sus hijos pero no los amaba. Richard siempre había amado a sus hijos y siempre le reprochaba que nunca se ocupaba de ellos lo suficiente. “Hasta una gata tiene mas instinto maternal que tú” le había llegado a decir en alguna discusión exacerbada. Por eso la había abandonado. Esta realidad la golpeó en la cara y rompió a llorar. Soltó el peine y corrió a la cama. Allí se quedó dormida.
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A la mañana siguiente cuando se despertó, vio que Richard no
había pasado la noche en su cama. Así que, se colocó su bata de satén verde,
que utilizaba siempre para bajas a desayunar, se peinó un poco y bajo al
comedor para desayunar. Estaba todo preparado como de costumbre, el jarrón de
cristal tallado estaba en el centro de la mesa de caoba, con las mimosas
amarillas como rayos de sol perfumando el ambiente, los dos candelabros de
plata uno en cada extremo de la mesa estaban perfectamente brillantes, las seis sillas, también de caoba, alrededor de
la mesa. Madelaine tenía preparado su desayuno en su sitio, era el que estaba
enfrente de la gran puerta acristalada que daba al jardín, ya que a ella le
encantaba comer mirando la naturaleza abrupta de su jardín. Ella se sentó y
tocó la campanilla de cristal, que usaba para llamar al servicio. Cogió su
servilleta de hilo bordado a mano, y se puso en el regazo. Observó que todo
estaba como siempre: el cubremanteles de plata con su paño de hilo sobre un
mantelito color café, la taza de porcelana de Sèvres adornada con motivos
florales y los cubiertos de alpaca con las iniciales del matrimonio en el
mango. Todavía estaba examinando la vajilla cuando entro en la estancia Camille
con la bandeja del desayuno.
- Buenos días, señora. ¿Ha dormido bien?- preguntó la criada
con cierto tono de malicia que a Madelaine no le pasó desapercibido.
- Muy bien, gracias.- respondió esta fríamente.
La sirvienta comenzó a servirle el desayuno.
- Por cierto, Camille, ¿has visto al señor esta mañana?-
- No,... , no lo he visto-
-¡Mientes¡, sé que ha pasado la noche contigo-
- No sé de que me está hablando-
- No te hagas la tonta, sé lo que Richard y tú os traéis
entre manos-
-¿Cómo? No entiendo que esta insinuando, niña. Ande sea buena
y tómese el desayuno o de lo contrario se le enfriará.-
-¡Ya basta!- gritó
Madelaine levantándose de la silla y tirando la graciosa tazita de porcelana -
¡estoy harta de que en esta casa se me trate como una demente!. Me vas a decir
de una vez donde está mi marido o haré que azoten hasta arrancarte la piel a
tiras.-
- Señora, ya le he dicho que no sé dónde esta el señor- dijo
la criada asustada por la violenta reacción de su ama – es cierto anoche paso
por mi habitación, pero se fue a la hora de siempre y... -
- ¿A la hora de siempre?, pero como te atreves desvergonzada.
¿Quién te has creído, solo eres un entretenimiento para él?. ¡No significas
nada para él!. ¡Solo me quiere a mí!, ¡Solo a mí!, ¡A mí!- y rompió a llorar,
salió corriendo de la habitación y se dirigió al jardín.
Corrió por el prado, mientras las saladas lágrimas rodaban
por sus mejillas. Llevaba todavía su camisón, y su batita verde volando tras
ella, todos los esclavos la miraban alucinados, era como un ángel que había
perdido sus alas y corría desesperado para encontrarlas. De pronto apareció un
carro, que se aproximaba por el camino. Pero ella, no se percató de tal hecho,
ella solo corría. El carro le paro el paso y ella se detuvo, miró al conductor
y allí esta él con sus ojos color miel, su pelo rizado y negro como la noche, y
su torso descubierto brillando al sol. No se dijeron nada, subió al carro, a la
parte de atrás y se dirigieron al río. Llegaron y se sentaron a la orilla del
Tylerton, bajo un conjunto de pinos, que formaban un escondite perfecto para
enamorados. Madelaine todavía lloraba. Él, la tomó en su regazo, le secó los
ojos con un beso y la consoló con un profundo abrazo. Estaban tendidos sobre
una alfombra de tréboles y margaritas.
-¡Ay!, Titán soy tan desgraciada-
-¿Por qué? ¿Quiere la lleve a casa con su marido?-
-¡Nada de eso!, él es el culpable de mi desgracia- dijo la
mujer acercándose más al chico- mi matrimonio está acabado, mi marido prefiere
al ama de llaves ante que a su mujer, no me interpretes mal, yo quiero a
Camille, después de todo ella me ha criado, a mí y a mis hijos, pero, ....-
- La entiendo-
- No, no puedes enterderme. Tú no sabes lo que es tener un
marido que no te quiere, que te desprecia y te utiliza. No sabes lo que es
tener unos hijos que no te prestan el menor caso, y no digamos alguna muestra
de cariño.- dijo la mujer apesadumbrada.
- Tiene razón, no sé lo que es eso. Pero si sé lo que es
criarte sin saber quienes son tus padres-
-¡Oh, Titán!. No tenía ni idea. Pobrecito mío, cuanto debes
haber sufrido. Menos mal que nos tenemos el uno al otro.-
- Es cierto. Con usted, he descubierto lo que es ser amado
por alguien -
- Pero, deja ya de llamarme señora, llámame por mi nombre:
Madelaine.-
- Lo siento, pero se me hace raro.-
- No te preocupes por nada. Eres lo mejor que me ha pasado en
años- y diciendo esto lo besó.
Él cogió una margarita del suelo en el que estaban tumbados y
se la puso en el rubio cabello a su amada.
- Gracias, es la más preciosa joya que me han regalado en
años-
- Nada es poco para ti- decía mientras le acariciaba el
rostro.
Así pasaron el resto de la
mañana, abrazados y hablando de sus vidas. Descubriendo que eran dos almas
gemelas, perdidas en un laberinto de sufrimientos y miedos.
CONTINUARÁ...
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